Manuel Turégano/Aldo Alcota
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Imagen de portada de La conjura de los necios (John Kennedy Toole) en la edición de Anagrama |
Literatura y fracaso son
dos términos que se atraen. Los ejemplos abundan. Tuvo que pasar mucho tiempo,
de un siglo a otro, para que los Cantos de Maldoror pudieran ser devorados
por los ojos de muchos lectores. Su autor Isidore Ducasse, más conocido como el
Conde de Lautréamont, fue un misterioso personaje que escribió entre el trance
y la imaginación desbordante. La edición de su Primer Canto pasó
inadvertida para la crítica de la época. Era 1868, dos años antes de que
muriera Lautréamont a la edad de 24 años. Solo a comienzos del siglo XX, sus
obras comenzaron a conocerse masivamente y figuras como Gómez de la Serna,
André Breton y André Gide impulsaron su difusión, aunque en 1896 Rubén Darío ya
le citaba en su libro Los Raros. El autor, nacido en Montevideo y muerto
en París, recurrió a la ayuda económica de su padre para pagar la edición de
sus textos, jamás reseñados en la prensa. En 1890 se vuelven a reeditar los Cantos,
pero seguía siendo considerado un texto ‘prohibido’. El futuro daría un vuelco
para reivindicar su nombre y la importancia de su escritura, convirtiéndose en
el maestro de movimientos como el surrealismo. Pero el fracaso estuvo allí,
rondando en el apartamento parisino del señor Conde y solo le consolaba su
encuentro con la pluma y una hoja blanca sobre su escritorio, hallando consuelo
en sus demonios nocturnos. Ni lectores ni editores de aquella época estaban
preparados para la gran marea de su desvarío poético.
Otro autor que no vio en
vida el éxito y tampoco la materialización de su obra fue John Kennedy Toole.
Sus misivas con el editor Robert Gottlieb muestran una situación de
desesperación, en la que Toole corrige y corrige sin conseguir llegar a convencer
a aquel. Aunque Gottlieb estaba interesado en La conjura de los necios,
no paraba de imponer nuevas condiciones, y la búsqueda del acuerdo entre las
dos partes derivó en una historia absurda de intransigencia con un mustio
colofón: la no publicación. «Pienso que, en varios sentidos, usted ha hecho un
excelente trabajo: pulió la trama de la obra, dio sentido a eventos que antes
no lo tenían, profundizando en algunos personajes, eliminó otros. El libro está
mucho mejor, pero todavía no está bien del todo», le explicaba Gottlieb al
escritor norteamericano. Toole perdió el ánimo y acabó suicidándose. Pero su
madre haría todo lo posible por ver la creación de su hijo en algún escaparate
de librería y lo logró al encontrar editor en 1980. La conjura de los necios
ganaría el premio Pulitzer.
Muy recordado en nuestros
días, en los que se cumple su centenario, es el caso de Marcel Proust y Por
el camino de Swann, primer tomo que iniciaba la mítica En busca del
tiempo perdido. Proust presentó su obra a Gallimard, pero André Gide la
rechazó. A Proust no le quedó otra alternativa que pagar de su propio bolsillo
la impresión del libro. La obra vio la luz el 14 de noviembre de 1913. Seis
años después Gide confesó su error y se disculpó: a punto había estado de
impedir la difusión de una obra maestra.
El fracaso merodea
siempre al escritor. Editores, críticos y lectores muchas veces le cierran la
puerta al talento. Hace falta una actitud muy abierta y un oído muy fino para
captar una nueva voz. No es infrecuente que las editoriales estén cegadas por
puro interés comercial. Hoy en día, prestigiosos grupos editoriales buscan
denodadamente el best-seller de la temporada... un libro que el año que
viene nadie recordará... pero que hoy ocupa los anaqueles de las librerías y cierra
el paso a otros títulos.
Ediciones Contrabando es
una joven editorial nacida en Valencia a comienzos de 2013. Publica autores
nuevos, desconocidos, ocultos o emergentes, de España e Hispanoamérica. Voces
con calidad y energía que aspiran a mantener viva la llama de la creación.
Amamos el riesgo y la buena literatura. Apostamos por los nuevos talentos.
Nuestras puertas están abiertas a las propuestas más innovadoras. Buscamos
editar la literatura viva del siglo XXI. ¿Fracasaremos?
.
A la pregunta, esperemos que no. Los tiempos son difíciles, lo inmediato, el beneficio, priman sobre la calidad y el gusto, pero la fortuna sonríe a los audaces, que decían los romanos.
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