POR MARTIN MØLLER BOJE RASMUSSEN
El simbolismo de las generalizadas, feroces y violentas revueltas de las
calles de Atenas - la cuna de la democracia, el patio trasero de Europa- es
imposible de olvidar. El histórico alto número de parados en Europa (24,5
millones de personas) es igual de desconcertante y doloroso (económica y
moralmente) como las noticias de ciudadanos griegos –ciudadanos europeos-
dejando a sus hijos a las puertas de las instituciones públicas, incapaces de
proveer sustento a su propia prole. Lo que creíamos que era un fenómeno
exclusivo de los más pobres países en desarrollo ahora se extiende dentro de la
Eurozona, 2012 Anno Domini.
No puede haber ninguna duda de que la crisis actual constituye un
descalabro político, económico y (no menos importante) intelectual comparable a
la Gran Depresión de los años 30, o incluso a la Segunda Guerra Mundial. Los
movimientos de los Indignados en España y Ocuppy Wall Street en los EE.UU. solo
son un testimonio más de la preocupación y ansiedad de los pueblos en todo el
mundo. En escasas ocasiones la demanda de claras respuestas políticas e
intelectuales ha sido más evidente y desesperada, y rara vez ha sido la oferta
tan pobre.
Con todo, es cierto que la crisis ha estimulado un debate vigoroso -pero
altamente polarizado- dentro y fuera de los Estados europeos. Recientemente, un
asamblea formada por un surtido grupo de filósofos e intelectuales públicos
franceses, con Alain Badiou y Étienne Balibar a la cabeza, han publicado un
manifiesto titulado Salvad a los griegos de los salvadores.
En este ensayo los pensadores expresan una preocupación bien fundada y
ampliamente compartida por el bienestar de los ciudadanos griegos. Sin embargo,
el manifiesto no posee ni un solo argumento filosófico o económico, más allá de
su forma agresiva de polemizar, hacer proselitismo y denigrar a los opositores,
en una medida que podría haber sido excusable si no fuera por la importancia
histórica del tema. Una gran teoría de la conspiración, con la UE, el FMI y el
BCE como sospechosos habituales, es todo lo que estos -en ocasiones brillantes-
pensadores necesitan para fabricar su conjura. Sostienen:
"No puede ser la salvación de Grecia lo que se pretende (...) En
primer lugar el país se convertirá en un laboratorio para ensayar un modelo de
sociedad que posteriormente se introducirá en toda Europa. Una sociedad con un
sector público paralizado, donde las escuelas, los hospitales y la atención
sanitaria serán destruidos, donde el seguro de salud será un privilegio para los
más ricos, donde se dejará a los más vulnerables abandonados a su propio
destino (el exterminio), mientras que aquellos que todavía tienen un trabajo
sufrirán condiciones laborales miserables. (...) En resumen, nos encontramos
ante un saqueo general de la nación, una sedicente tendencia del capitalismo
financiero que ahora ha obtenido el sello de aprobación oficial".
Esta visión un tanto paranoide y altamente populista de un Armagedón
neoliberal sin duda conseguirá movilizar a los ya frustrados, furiosos y
temerosos europeos. Sin embargo, no sabemos para qué causa y bajo qué bandera.
De hecho, al igual que los neuróticos a la vieja usanza de Freud, estos
filósofos solo señalan con el dedo y nos dicen lo que no quieren, pero ni
siquiera esbozan algo parecido a una propuesta concreta de un camino viable
para salir de este marasmo económico.
En lugar de eso, la solución propuesta es la creación de un foro en
Internet de intelectuales europeos, para elevar sus voces en común. Si bien la
necesidad de un debate europeo amplio e iluminado no se puede negar, es obvio
que no es suficiente por sí solo. Para decirlo sin rodeos, Europa no puede
‘deconstruir’ su camino para salir de la situación actual. Y menos aún si el
debate parte de premisas brutales y populistas.
Como ha argumentado el economista y ganador del Premio Nobel Joseph
Stiglietz, el debate actual no trata simplemente sobre cómo llevar la economía
mundial y europea lo más rápido posible a un estado pre-Lehman Brothers. No hay
vuelta atrás. Una burbuja global basada en un modelo de crecimiento -donde los
EE.UU. han actuado como "consumidor de última instancia", de modo que
la demanda mundial ha sido impulsada por los estadounidenses de ingresos medios
que pedían prestado más de lo que ganaban- no es sostenible ni deseable en una
perspectiva a largo plazo. Así, la gran cuestión de nuestra generación es qué
tipo de nuevo modelo o sistema económico global lo sustituirá. Y los
instrumentos políticos y económicos que se utilicen para resolver la crisis en
gran medida determinarán el resultado.
Por el momento, parece que hay tres alternativas distintas: la de
EE.UU., la de China y la europea. El sistema estadounidense está profundamente
cuestionado. De hecho, desde 1979 el 1% más pudiente del país ha experimentado
un 220% de aumento de sus ingresos reales, mientras que el restante 99% más
pobre -casi todo el mundo- solo ha aumentado un 5% sus ingresos reales. Para
compensar este desequilibrio, se han endeudado más y más, creando así una
demanda en última instancia artificial. Mientras tanto, la deuda púbica de
EE.UU. se ha disparado. El sistema chino también está en entredicho. En primer
lugar, no es democrático. Además, no puede actuar como la principal nación
exportadora del mundo perpetuamente. En algún momento tiene que comenzar el
complejo proceso de desviar sus exportaciones para servir al mercado interno.
Del mismo modo, las exigencias públicas de bienestar y de un mínimo de derechos
sociales no pueden (probablemente) ser silenciadas eternamente en una economía
moderna y próspera, y en algún momento las enormes reservas acumuladas de
divisas extranjeras deberán ser canalizadas para satisfacer las demandas de un
público más exigente. Por último, tenemos el sistema europeo. No se equivoquen.
El desafío no es menor que en los otros sistemas. Las montañas de la deuda
soberana (aunque el agregado no es mayor que el estadounidense), en combinación
con una posición competitiva deteriorada y un insidioso problema demográfico,
seguirán preocupando a políticos y ciudadanos en las próximas décadas.
No obstante, por el momento todavía aparece como el modelo más
prometedor. Es democrático, promueve la igualdad política y económica, e
invierte en las habilidades y capacidades de todos sus ciudadanos más que
cualquiera de las otras alternativas. Por lo tanto, lo que realmente se
necesita no solo es un debate sobre cómo Europa puede alejarse del huracán
financiero actual; necesitamos con la misma urgencia saber cómo Europa puede
establecer un nuevo rumbo para salvaguardar y fortalecer el baluarte social de
su modelo económico frente a los inmensos desafíos que tenemos por delante.
Este es mi argumento:
Nadie que haya presenciado los dramáticos acontecimientos en Grecia
puede haber dejado de advertir como los eventos -con una ironía inquietante- se
desarrollaban como un remedo de la tragedia griega clásica. Como Edipo, los
sucesivos primeros ministros se han comprometido en una lucha heroica pero
inútil frente a un destino aparentemente inevitable. A pesar del hecho de que,
como sus antepasados míticos, parecen estar haciendo todo lo aparentemente
correcto –aumento de los impuestos, recortes de gasto público, privatización de
empresas públicas (austeridad) - sin embargo continúan deslizándose hacia la
ruina definitiva.
Si Grecia cae, el riesgo es que todo el castillo de naipes europeo caiga
con ella. No solo el trabajo de generaciones de políticos europeos se perderá
por el desagüe, sino que también dará lugar a un caos económico verdaderamente
incalculable. Así, todos los líderes de los gobiernos, los directores de los
bancos centrales y funcionarios públicos contienen la respiración cuando una
nueva ronda de medidas de austeridad se anuncia o cuando nuevos paquetes
financieros se entregan. ¿Atemperará la ira de los mercados financieros el
nuevo sacrificio? Recientemente los ministros de finanzas de Europa
establecieron un acuerdo de enorme alivio de la deuda de Grecia, y el mundo
entero está todavía a la espera de respuesta...
Mientras que en Europa contiene el aliento, vale la pena considerar por
qué los numerosos programas nacionales de austeridad anunciados y aplicados en
Grecia, España, Portugal, Italia, etc., no han conseguido los efectos previstos
¿Por qué la inquietud de los mercados financieros aún no se ha evaporado y la
crisis europea se ha puesto por fin bajo control?
Una buena explicación es que las medidas de austeridad solo tratan los
síntomas y no la causa de la enfermedad fiscal, y por lo tanto el origen de la
desconfianza de los mercados. En pocas palabras: estas medidas de 'prudente'
consolidación fiscal (o al menos su calendario) pueden constituir más una parte
del problema que una parte de la solución. Varios problemas son evidentes.
Primero de todo, el diagnóstico es erróneo. Casi todos los medios de
comunicación nos explican que el exceso de consumo público del sur de Europa es
la causa de la enfermedad de la deuda. Ciertamente, desde la perspectiva del
estado de bienestar nórdico, establecer la edad de jubilación a los 55 años
parece excesivamente pródigo. La evasión fiscal y la corrupción rampante no
embellecen el cuadro.
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Figura 1. Balanza comercial en la Eurozona (en billones de dólares). Fuente: FMI |
Eso nunca sucedió. De hecho, sucedió todo lo contrario. En cambio los
países del norte como Alemania, los Países Bajos y también mi propio país,
Dinamarca, experimentaron una mejoría notable de su balanza comercial. Al mismo
tiempo, los déficits del sur de Europa se dispararon. De hecho, el desarrollo
de la balanza comercial en el norte de Europa es casi una perfecta imagen
especular del déficit del sur (véase el gráfico de la Figura 1)
Por lo tanto, cuando el debate se calienta vale la pena recordar con
calma que en los últimos diez años el crecimiento de las exportaciones y el
auge en el norte de Europa en gran medida se basa en la deuda del sur.
De hecho, es perfectamente posible que, como afirma el Premio Nobel de
Economía Paul Krugman, el origen de la actual crisis global no es un consumo
excesivo, sino demasiado poco. O más precisamente, que la composición del
consumo mundial ha creado enormes desequilibrios globales, que deben ser
corregidos de una manera u otra. Krugman sostiene que las recesiones
generalmente son causadas por ciclos donde todo el mundo -ya sean individuos o
naciones- quiere guardar y acumular dinero al mismo tiempo, mientras que nadie
quiere gastarlo. Pero lo siguiente debería ser intuitivamente claro: todo el
mundo no puede ahorrar dinero al mismo tiempo -al igual que todas las naciones
del planeta no pueden alcanzar el superávit comercial de forma simultánea.
Cuando el origen de la enfermedad se observa bajo esta perspectiva, es
fácilmente inteligible que lo que se necesita ahora no es más ahorro -solo
empeorará las cosas- sino más gasto, pero por parte de los que tienen las
reservas en la mano. En Europa esto significa Dinamarca y Alemania. En una
escala más global, apunta a China.
Por lo tanto y en segundo lugar, con un diagnóstico equivocado la
prescripción del medicamento sin duda será equivocada. Sabemos con certeza que
el aumento de los impuestos, los despidos de empleados públicos y recorte de
gasto público tiene un efecto: se reduce la demanda interna. Disminuye el PIB,
erosiona la base tributaria y, en definitiva, aumenta -no disminuye- la deuda
de la nación. Pero se espera que estas medidas tengan por lo menos efectos
beneficiosos a largo plazo que compensen estas pérdidas.
En primer lugar se espera que la competitividad de las naciones mejore,
y por lo tanto que las exportaciones se reanuden y la balanza comercial se
recupere. En segundo lugar y como consecuencia, que la demanda interna y las
inversiones aumenten. En tercer lugar que los mercados financieros recuperen la
confianza, y se sanee la compra de bonos soberanos, lo que disminuirá las tasas
de interés, etc.
* * *
El FMI se refiere en ocasiones a Dinamarca como un caso de éxito de
implementación de estas políticas (véase, por ejemplo, el capítulo 3 del World
Economic Outlook, 2010). Pero un análisis detallado del caso danés demuestra
claramente que el éxito de tales acciones requiere de unas condiciones muy
especiales, y que las medidas de austeridad no van a funcionar en la situación
actual (y esta es en parte la razón por la que levanto mi voz en este debate)
En cierto sentido, Dinamarca fue la primera Grecia de Europa. De 1973 a
1988, la deuda soberana danesa se disparó fuera de control. En 1986 un
importante programa de austeridad nacional se llevó a cabo. La gente de aquí
todavía lo recuerda un cuarto de siglo después después (y ni siquiera se acercó
a la severidad de los programas que se están llevando a cabo en el sur de Europa)
En primer lugar la solución consistió en la reducción de las
transferencias sociales de renta y de los salarios públicos. Por otra parte el
movimiento obrero y las patronales acordaron una rigurosa moderación salarial.
Además de las consecuencias sociales inmediatas, estas medidas lograron
contener la inflación de dos dígitos que Dinamarca estaba entonces sufriendo.
Así, a pesar de que formalmente se realizaron recortes, los daneses medios en
realidad experimentaron un aumento real de los salarios, ya que la inflación
cayó. De este modo, la demanda interna aumentó e impidió que Dinamarca se
deslizara más profundamente en la recesión.
Y aquí aparece la primera diferencia entre la Dinamarca de entonces y el
sur de Europa de ahora mismo. Hoy en día la inflación en la Eurozona es baja.
Ello supone que reducir los salarios nominales y el gasto público también
significa reducir los salarios reales, lo que socavará la demanda interna y
causará una nueva recesión.
Por otra parte, mientras que la economía danesa sufría en la década de
1980, sus vecinos comerciales experimentaron un boom -sobre todo Alemania, que
debido a la unificación incrementó notablemente su actividad económica. De este
modo no solo la competitividad danesa mejoró: también hubo muchas oportunidades
para exportar los productos daneses.
Está situación contrasta con la actual circunstancia. La economía
mundial está en una depresión global. ¿Quién se supone que comprará las
exportaciones griegas? En el norte de Europa también se están ajustando tanto
los presupuestos públicos como los privados. ¿Estados Unidos? ¿El norte de
África? No lo creo. Así, sin mercados a los que exportar, se puede mejorar la
competitividad tanto como uno quiera -nadie comprará. Estos simples hechos son
bien conocidos por los mercados financieros, y por lo tanto no recuperarán la
cacareada confianza.
Dicho sin rodeos, los recortes afectan exclusivamente a la capacidad del
sur de Europa para devolver la deuda, no a su capacidad para competir y crecer.
Se trata de una política de "talla única para todos”, que se basa en el
supuesto dudoso de que lo que alguna vez funcionó para Dinamarca en muy
diferentes circunstancias macroeconómicas y en medio de un enorme auge de
exportaciones a Alemania que duró diez años, tendrá el mismo efecto para países
estructuralmente diferentes, en un tiempo mucho más corto y en el contexto de
una depresión económica mundial. No tiene mucho sentido.
* * *
Entonces, ¿cuál es el camino? La clave no es que las medidas de
austeridad no deban aplicarse. La evasión fiscal y el derroche rampante son
inaceptables en cualquier economía moderna. La clave es que el momento de
implantación no podría ser peor, y que estas medidas deben necesariamente ir
acompañadas de otro tipo de políticas. La insistencia en que el problema no es
más que un fenómeno del sur de Europa y no un problema común de la Europa
fiscal y monetaria, aumenta el riesgo de la Unión de situarse en un jaque mate
fiscal y monetario. En resumen, Europa podría verse atrapada en un régimen
deflacionario, como el que Japón sufrió en 1997 y del que nunca se recuperó.
Corremos el riesgo de que la operación tenga éxito, pero que el paciente muera.
Por lo tanto y en primer lugar, tenemos que acompañar los duros
programas de austeridad, con importantes inversiones públicas en la
competitividad futura de Europa del sur -es decir, en infraestructura pública,
educación, ciencia y la tecnología, digitalización, atención de la salud, etc.
De lo contrario no existe una respuesta convincente a la cuestión de si el
crecimiento futuro acontecerá una vez que el problema de la deuda haya sido
resuelto. Podría dirigirse la inversión hacia fines socialmente estratégicos, y
por lo tanto usar un problema para resolver otro. Sabemos que Europa se enfrenta
a un enorme reto demográfico, así como a los desafíos que plantea el cambio
climático. Permítasenos invertir en las soluciones de estos problemas (que
tendrían que abordarse más adelante de un modo u otro). Esta apuesta
equivaldría a un New Deal verde.
En segundo lugar, tanto a nivel mundial como en Europa, las naciones con
enormes excedentes comerciales anteriores a la crisis deben empezar a gastarlos
e invertirlos, creando una demanda para la exportación de las naciones que en
la actualidad padecen graves problemas. En particular, los ajustes fiscales en
países como Alemania y Dinamarca deben ser ralentizados. Todos no pueden
ahorrar al mismo tiempo.
Si estos países -incluido el mío- no están dispuestos a hacerlo, los
bancos centrales de todo el mundo deberán fomentar un ligero crecimiento de la
inflación. No es sabiduría convencional –pero es sabiduría económica. Es
perfectamente sensato en términos económicos poner un precio (inflación) a la
acumulación de reservas de moneda extranjera, y fomentar así el gasto frente al
ahorro. De lo contrario no hay ningún lugar donde la demanda mundial pueda
aumentar. Los EE.UU. y el sur de Europa claramente no pueden pedir más
préstamos.
Esta solución es vista con muy malos ojos en Berlín, Pekín y
Copenhague. Sin embargo, es un procedimiento habitual en estos días. Cuando el
BCE -para disgusto del gobierno alemán- compra masivamente bonos del sur de
Europa, en realidad está impulsando la inflación. Por supuesto, la inflación no
está exenta de problemas. En efecto, se requiere de una buena dosis de
habilidad para navegar entre el Escila y Caribdis de la política monetaria: la
inflación y la deflación (por cierto, la compra de bonos por el BCE en realidad
debería ser ovacionada por los filósofos-funambulistas: es bien sabido que la
inflación ha sido históricamente una fuerza de redistribución de la riqueza y
el privilegio más eficaz que cualquier revolución.)
Así, desde una perspectiva económica mundial, es imperativo que (de
manera sostenible y no basada en la deuda) la demanda se ponga de nuevo en
marcha, incluso si ello implica un crecimiento de la inflación.
En tercer lugar y finalmente, tenemos que establecer progresivamente un
régimen global financiero y un conjunto de normas que no solo sirvan a los intereses
financieros, sino a los intereses de las sociedades. De hecho, la razón
principal por la que, por ejemplo, China ha acumulado reservas de divisas tan
grandes, es la desregulación masiva y global de las finanzas. Si no logramos
readaptar el sistema global para satisfacer las necesidades de la economía
real, vamos a terminar en una nueva crisis mundial en diez años. Por ejemplo
Lord Peter Mandelson en el Reino Unido ha alentado a establecer una política
comercial más equilibrada, en la que el consumo interno y la exportación vayan
de la mano, desincentivando de este modo los inaceptables niveles de
desigualdad entre países.
* * *
Esto, creo yo, es una forma económicamente viable de salir de la crisis
y, finalmente, un argumento solidario a favor de Europa en su conjunto. El
modelo europeo futuro podría no convertirse en el mejor de los mundos posibles
(como los filósofos querrían); sin embargo, es probablemente la mejor
alternativa existente. Es a la vez democrático y no excesivamente obsesionado
con la capacidad de los mercados libres para satisfacer las necesidades de los
pueblos –una capacidad que claramente se ha demostrado que no poseen.
Este ensayo también conlleva una lección filosófica: no confundir la
moral y la economía. De hecho, la mezcla espuria de indignación moral y asuntos
económicos es un error, y tal vez una de las enfermedades más peligrosas del
siglo XXI. Incluso si la economía es la principal concentración de poder hoy en
día, todavía todos somos (espero) demócratas, y los argumentos deben ser
enfrentados con argumentos no degradantes o con moralinas condescendientes.
Afirmar que la Unión Europea o el BCE está saqueando a Grecia es tan falso,
estereotípico y denigrante como lo es afirmar que la crisis ha sido causada por
la pereza de los griegos (!), una acusación desconcertante lanzada por el
equivalente alemán del Tea-Party.
Este tipo de debates solo servirán para ampliar la brecha de
desconfianza entre europeos del norte y del sur. Si este abismo en el
corazón de Europa llega a ser demasiado profundo, el proyecto europeo se echará
a perder -independientemente de si la Unión Monetaria sobrevive o no. Este, me
temo, es el peligro más grave al que nos enfrentamos en 2012. Y es por ello que
los griegos necesitan ser salvados de los filósofos, al menos si estos no
tienen nada más que ofrecer.
Ich bin ein Athener!
Martin Møller Boje Rasmussen, filósofo y
estudiante de doctorado de Economía Política, Dinamarca.
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