miércoles, 12 de junio de 2013

Un proyecto para la 'terra'



 POR JORGE GALINDO


Aunque no se lo crean, en la Comunitat Valenciana existen sentimientos nacionales encontrados. Sí, se lo juro. Si nos limitamos a los extremos, en Valencia tenemos ni más ni menos que tres tipos de nacionalismo: el nacionalismo centralista español, el nacionalismo pancatalanista, y el valencianismo anticatalanista. El primero lo daré por claro y conocido. El segundo se refiere a aquellos grupos que consideran que Catalunya, Valencia y Baleares forman una unidad cultural, histórica, lingüística y política, y por tanto propugnan la independencia conjunta de todo el territorio de habla catalana. El tercero esurge en parte como una reacción al segundo, y es una afirmación de los rasgos distintivos valencianos frente a nuestros vecinos del norte, llegando incluso a declarar que catalán y valenciano son idiomas distintos. Lo cual viene a ser tan civilizado como si un australiano dijese que él no habla inglés.


Por supuesto, entre los extremos hay grises. Así, el PPCV puede ser considerado como un punto entre el nacionalismo centralista y el valencianismo, mientras que el PSPV-PSOE no se acaba de ubicar entre el centralismo y el pancatalanismo más moderado. Por si no fuera poco, todo esto se entremezcla con el eje ideológico tradicional: las formaciones de cariz catalanista tienden a ser más de izquierdas, mientras que el valencianismo anticatalanista suele asociarse con posturas conservadoras, aunque esta relación es relativamente más débil. Esto no es casualidad: en la Transición, la izquierda tomó posturas identitarias que, sin ser independentistas, sí miraban hacia Catalunya como referente. El centro-derecha reaccionó activando un latente sentimiento anticatalanista. De ese batiburrillo nacen nuestros partidos identitarios: Unió Valenciana fue, porque ya murió, el partido valencianista anticatalanista más importante, alcanzando su cenit en la primera mitad de los años noventa; el Bloc Nacionalista Valencia, principal integrante de la ahora célebre Coalició Compromís, recoge el testigo de un nacionalismo pretendidamente civilizado que mira hacia Catalunya como referente antes que a Madrid, pero que en ningún momento se plantea proyectos en común, y que sí resalta las señas distintivas de nuestra tierra; y Esquerra Republicana del Pais Valencia es claramente pancatalanista... y falta de todo apoyo electoral relevante.

Situados los actores en la escena, pongamos la obra en marcha.

En las elecciones municipales de 1991 el PSPV perdió muchos Ayuntamientos en favor del entonces joven PPCV. Pero dos de estas pérdidas sobre las demás iban a marcar el futuro no solo de ambos partidos mayoritarios, sino de todo el paisaje electoral valenciano. Se trató de la capital, Valencia, y del que probablemente es el municipio más conocido más allá de nuestras fronteras: Benidorm.

Curiosamente, en ambos casos la lista más votada fue la socialista, y por tanto en ambos casos los populares lograron la alcaldía con pactos. En Valencia, UV dio sus ocho concejales a Rita Barberá. En Benidorm, Eduardo Zaplana consiguió el voto de una tránsfuga desde la izquierda. Esto posibilitó que las dos grandes figuras que moldearían la política valenciana alcanzaran el poder. Barberá comenzó a acariciar una idea de ciudad magnífica que aún no podía pagar. Don Eduardo, por su parte, puso sus ojos en el Palau de la Generalitat. Y Génova, particularmente Jose María Aznar, los puso en él para iniciar el asalto. Porque era posible: el PSPV se desmoronaba con el PSOE, de manera lenta pero inexorable. La crisis económica, que llevó a nuestra tierra a niveles de paro similares a los actuales, tuvo buena parte de la culpa. Una de las pocas constantes del análisis electoral es que los gobiernos no pueden ganar con una crisis de desempleo a cuestas. Con paro a las espaldas no se ganan unas elecciones.

En 1995 apenas salíamos de una crisis relativamente brutal, el PSPV era incapaz de defender un proyecto sólido y coherente asociado con una identidad clara a los valencianos. Y Zaplana atacó. Sus resultados no fueron brillantes, pero sí suficientes como para poder alcanzar un pacto, de nuevo con UV. Mientras, Barberá consolidaba su liderazgo en la capital, alejándose incluso de los valencianistas. A partir de ahí, el PPCV devoró poco a poco a UV, asimilando a todos sus cargos. En 1999, con un PSPV deshecho en luchas internas y UV prácticamente fuera de juego, la mayoría absoluta fue un juego de niños.

Mucho debería arrepentirse UV de no haber apostado por otra estrategia, como haber dejado los pactos de lado y haber permitido al PPCV gobernar en solitario tanto en la ciudad como en la Comunitat. Porque lo que estuvo en juego en la década de los noventa fue ni más ni menos que un proyecto de futuro. Un proyecto tan económico como social o identitario. Y el PPCV lo forjó entonces con el favor y el permiso de Unió Valenciana.

UV podría haber elegido no pactar directamente y dar apoyos puntuales, manteniéndose independientes. Podrían haberse moderado tanto en el eje ideológico como en el eje identitario y consolidarse como un tercer partido estable. Pero decidieron ser un brazo primero y un órgano después del PPCV. Así que este último solo tuvo que absorberlo, digerirlo y mezclar lo que ellos ya eran (un partido liberal-conservador centralista con una imagen relativamente nueva) con lo que UV les aportaba. El resultado no fue otra cosa que el proyecto para la Comunitat, aquello que les permitió constituirse como un ‘partido total’: tan madrileño y centralista como valenciano y tradicional, tan liberal como conservador y paternalista, tan abierto como defensor de lo nuestro. Puro catch all.

Pero hasta ahora solo habían sido capaces de ocupar un espacio en dos ejes electorales. Ahora venía lo difícil: ponerlo en práctica. Sin embargo, tuvieron tan buena fortuna que en los siguientes años sucedieron dos cosas que les facilitaron todo esto de gobernar: por un lado, España no solo salió del pozo económico, sino que lo hizo de una manera bastante espectacular, creciendo y creando empleo a ritmos considerables. Por otro, el Partido Popular ganó en 1996 la Presidencia del Gobierno en Madrid. En pocas palabras: había dinero, y había a quién dárselo.

Así el PPCV pudo financiar su deslumbrante proyecto para la Comunitat y para Valencia. Que no era nada cuidadosamente planificado. No se trataba de un plan maestro delicadamente trazado a veinte años vista. Normalmente nadie, ni los mejores, gobierna así en democracia: no hay incentivos para hacerlo cuando uno puede ser expulsado de su trabajo cada cuatro años. Más bien un estilo, una serie de sectores clave en los que invertir y a favor de los cuales legilsar, y otros a los que dejar de lado. Ir probando y, si producen trabajo, crecimiento y votos, adelante con ellos. Sí, el PPCV hizo política industrial, sin duda alguna. A favor de la construcción, del turismo, de los grandes eventos, de todo lo que ya sabemos. También a favor de la logística y la mercancía en el puerto de Valencia, cierto (y menos mal). Y ligó todo esto con una Valencia que miraba a Madrid (no solo metafóricamente: véase la prioridad en infraestructuras viarias) más que hacia el norte. Bien diferenciada de Catalunya, de manera no demasiado explícita, pero sí lo suficiente. Con un interés solo relativo en cuestiones como la educación universitaria y la investigación competitiva. Pero, en resumen, lo mejor del proyecto del PPCV, lo que realmente garantizó su éxito electoral, es que funcionaba. Creaba empleo y riqueza. Mal que les pese a muchos.

El PPCV también supo hacer trabajo de base para consolidar la idea de que eran ellos los que defendían realmente los intereses de los valencianos. Su militancia ha sido mucho más activa en todo tipo de foros y asociaciones: patronal, colegios profesionales, sindicatos de funcionarios, (algunas) universidades, asociaciones de amas de casa y consumidores (véase Tyrius), casales falleros, cofradías semanasanteras, incluso el Valencia Club de Futbol). En todos ellos el PPCV ha tenido a gente ‘apostada’. Que nadie entienda esto como algo negativo, al contrario. Un partido ha de abrirse a la sociedad, y los populares valencianos se abrieron a la nuestra mucho mejor que cualquier otro. Ni siquiera vale la pena compararlo con el PSPV y sus menguantes militantes, tanto cuantiativa como cualitativamente. Resultaba difícil intentar captar gente para un partido deshecho y sin posibilidades de gobernar, donde los miembros eran incapaces de definirse sino por afiliaciones personales y donde el proyecto identitario estaba eternamente dividido.

Por supuesto, construir semejante red no sale gratis. Subvenciones, apoyo institucional formal e informal, préstamos (para qué, si no, sirve la banca pública, también conocida como Bancaja o CAM)... y otras cosas más turbias. La mezcla de sol, playa, terrenos, leyes de suelo relativamente permisivas, presencia de crédito fácil y un sistema de financiación municipal nefasto es, bueno, la que hemos visto. Municipios multiplicando su población, fija o flotante, y repartiéndose la riqueza resultante en forma de polideportivos, empleos, nuevos comercios, y alguna que otra comisión bajo mano. El típico equilibrio perverso de una burbuja, en el que parece que nadie pierde hasta que, de repente, todos lo hacen.

Estoy bien seguro de que en la última etapa, justo antes de la explosión, muchos de los altos cargos del PPCV creían realmente esta identidad indisoluble entre su proyecto y nuestra tierra. Que, pasase lo que pasase, la gente iba a confiar en ellos para seguir adelante porque ellos habían traído prosperidad, riqueza y belleza a esta tierra. Lamentablemente, la ciencia política es bien tozuda. Y la desastrosa situación económica ya está erosionando las bases populares. La equivalencia se ha roto porque un proyecto identitario no es nada si no tiene una base económica que lo sostenga. Puede aguantar unos meses o unos años, manteniendo una cierta ilusión, pero al final la regularidad se impone: el paro quita votos. Es así de duro, y de sencillo. Si todas tus cartas han sido explícitamente para algo que obviamente ha destruido empleo (construcción, turismo) y no ha generado nada de manera directa (Ciutat de les Arts i de les Ciencies, aeropuerto de Castellón), la acusación es demasiado fácil de construir. Y no, nadie recordará que precisamente fue apostar por esas cosas lo que, en la época de vacas gordas, dio trabajo y riqueza sobrevenida a tanta gente. Eso ya no importa. Es el drama político de las burbujas: que explotan, y se llevan a quienes no se atrevieron a pincharla por delante.

Y en esta tesitura, la sociedad valenciana está comenzando a sentirse huérfana de soluciones. No puede confiarse al PSPV por su situación interna que les hace incapaces de articular un proyecto sólido, y porque el fiasco de la era Zapatero aún está demasiado fresco en las mentes de los votantes. EUPV (IU en Valencia) está anclada en un pasado pseudocomunista del que solo algunos dirigentes intentan sacarla. UPyD tiene una presencia meramente testimonial en nuestra tierra. Es en esta desolación que nace y crece Compromís. Compromís podría lograr lo que UV no acertó a hacer en 1995, pero viniendo desde el extremo diametralmente opuesto. Creciendo en la crisis, con un proyecto identitario nuevo y una militancia joven y formada que es capaz de colocarse en foros de discusión de base y ‘vender’ el producto, podría construir un proyecto relativamente moderado tanto en el eje identitario como en el ideológico y poner sobre la mesa una alternativa sólida. Sin embargo, por el momento parecen más llenos de demagogia y camisetas con eslóganes que de propuestas económicas y filosofía política fundamentada. Es una estrategia ganadora, todo hay que decirlo: para qué comprometerse con una política determinada cuando se está en una oposición radical en mitad de una crisis financiera.

Ahora bien, a medida que nos acerquemos a marzo de 2015, la presión sobre Compromís para que demuestre que su proyecto es sólido crecerá. Previsiblemente, el PSPV no será capaz de salir de su pozo, y el PPCV se hundirá en el suyo más aún. 2011 fue a Compromís lo que 1991 a UV: dejó un puñado de buenas oportunidades en forma de cargos electos para ir marcando agenda en mitad de una crisis. Ahora falta por ver si en su 1995 (2015) serán capaces de construir un nuevo proyecto para esta tierra huérfana o cometerán, como un espejo de dos décadas de grosor, el mismo error que cometió Unió Valenciana.

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