miércoles, 1 de agosto de 2012

Salvad a los griegos de los filósofos. Un breve ensayo sobre la crisis europea

POR MARTIN MØLLER BOJE RASMUSSEN

El simbolismo de las generalizadas, feroces y violentas revueltas de las calles de Atenas - la cuna de la democracia, el patio trasero de Europa- es imposible de olvidar. El histórico alto número de parados en Europa (24,5 millones de personas) es igual de desconcertante y doloroso (económica y moralmente) como las noticias de ciudadanos griegos –ciudadanos europeos- dejando a sus hijos a las puertas de las instituciones públicas, incapaces de proveer sustento a su propia prole. Lo que creíamos que era un fenómeno exclusivo de los más pobres países en desarrollo ahora se extiende dentro de la Eurozona, 2012 Anno Domini.

No puede haber ninguna duda de que la crisis actual constituye un descalabro político, económico y (no menos importante) intelectual comparable a la Gran Depresión de los años 30, o incluso a la Segunda Guerra Mundial. Los movimientos de los Indignados en España y Ocuppy Wall Street en los EE.UU. solo son un testimonio más de la preocupación y ansiedad de los pueblos en todo el mundo. En escasas ocasiones la demanda de claras respuestas políticas e intelectuales ha sido más evidente y desesperada, y rara vez ha sido la oferta tan pobre.

Con todo, es cierto que la crisis ha estimulado un debate vigoroso -pero altamente polarizado- dentro y fuera de los Estados europeos. Recientemente, un asamblea formada por un surtido grupo de filósofos e intelectuales públicos franceses, con Alain Badiou y Étienne Balibar a la cabeza, han publicado un manifiesto titulado Salvad a los griegos de los salvadores.

En este ensayo los pensadores expresan una preocupación bien fundada y ampliamente compartida por el bienestar de los ciudadanos griegos. Sin embargo, el manifiesto no posee ni un solo argumento filosófico o económico, más allá de su forma agresiva de polemizar, hacer proselitismo y denigrar a los opositores, en una medida que podría haber sido excusable si no fuera por la importancia histórica del tema. Una gran teoría de la conspiración, con la UE, el FMI y el BCE como sospechosos habituales, es todo lo que estos -en ocasiones brillantes- pensadores necesitan para fabricar su conjura. Sostienen:

"No puede ser la salvación de Grecia lo que se pretende (...) En primer lugar el país se convertirá en un laboratorio para ensayar un modelo de sociedad que posteriormente se introducirá en toda Europa. Una sociedad con un sector público paralizado, donde las escuelas, los hospitales y la atención sanitaria serán destruidos, donde el seguro de salud será un privilegio para los más ricos, donde se dejará a los más vulnerables abandonados a su propio destino (el exterminio), mientras que aquellos que todavía tienen un trabajo sufrirán condiciones laborales miserables. (...) En resumen, nos encontramos ante un saqueo general de la nación, una sedicente tendencia del capitalismo financiero que ahora ha obtenido el sello de aprobación oficial".

Esta visión un tanto paranoide y altamente populista de un Armagedón neoliberal sin duda conseguirá movilizar a los ya frustrados, furiosos y temerosos europeos. Sin embargo, no sabemos para qué causa y bajo qué bandera. De hecho, al igual que los neuróticos a la vieja usanza de Freud, estos filósofos solo señalan con el dedo y nos dicen lo que no quieren, pero ni siquiera esbozan algo parecido a una propuesta concreta de un camino viable para salir de este marasmo económico.

En lugar de eso, la solución propuesta es la creación de un foro en Internet de intelectuales europeos, para elevar sus voces en común. Si bien la necesidad de un debate europeo amplio e iluminado no se puede negar, es obvio que no es suficiente por sí solo. Para decirlo sin rodeos, Europa no puede ‘deconstruir’ su camino para salir de la situación actual. Y menos aún si el debate parte de premisas brutales y populistas.

Como ha argumentado el economista y ganador del Premio Nobel Joseph Stiglietz, el debate actual no trata simplemente sobre cómo llevar la economía mundial y europea lo más rápido posible a un estado pre-Lehman Brothers. No hay vuelta atrás. Una burbuja global basada en un modelo de crecimiento -donde los EE.UU. han actuado como "consumidor de última instancia", de modo que la demanda mundial ha sido impulsada por los estadounidenses de ingresos medios que pedían prestado más de lo que ganaban- no es sostenible ni deseable en una perspectiva a largo plazo. Así, la gran cuestión de nuestra generación es qué tipo de nuevo modelo o sistema económico global lo sustituirá. Y los instrumentos políticos y económicos que se utilicen para resolver la crisis en gran medida determinarán el resultado.

Por el momento, parece que hay tres alternativas distintas: la de EE.UU., la de China y la europea. El sistema estadounidense está profundamente cuestionado. De hecho, desde 1979 el 1% más pudiente del país ha experimentado un 220% de aumento de sus ingresos reales, mientras que el restante 99% más pobre -casi todo el mundo- solo ha aumentado un 5% sus ingresos reales. Para compensar este desequilibrio, se han endeudado más y más, creando así una demanda en última instancia artificial. Mientras tanto, la deuda púbica de EE.UU. se ha disparado. El sistema chino también está en entredicho. En primer lugar, no es democrático. Además, no puede actuar como la principal nación exportadora del mundo perpetuamente. En algún momento tiene que comenzar el complejo proceso de desviar sus exportaciones para servir al mercado interno. Del mismo modo, las exigencias públicas de bienestar y de un mínimo de derechos sociales  no pueden (probablemente) ser silenciadas eternamente en una economía moderna y próspera, y en algún momento las enormes reservas acumuladas de divisas extranjeras deberán ser canalizadas para satisfacer las demandas de un público más exigente. Por último, tenemos el sistema europeo. No se equivoquen. El desafío no es menor que en los otros sistemas. Las montañas de la deuda soberana (aunque el agregado no es mayor que el estadounidense), en combinación con una posición competitiva deteriorada y un insidioso problema demográfico, seguirán preocupando a políticos y ciudadanos en las próximas décadas.

No obstante, por el momento todavía aparece como el modelo más prometedor. Es democrático, promueve la igualdad política y económica, e invierte en las habilidades y capacidades de todos sus ciudadanos más que cualquiera de las otras alternativas. Por lo tanto, lo que realmente se necesita no solo es un debate sobre cómo Europa puede alejarse del huracán financiero actual; necesitamos con la misma urgencia saber cómo Europa puede establecer un nuevo rumbo para salvaguardar y fortalecer el baluarte social de su modelo económico frente a los inmensos desafíos que tenemos por delante. Este es mi argumento:

Nadie que haya presenciado los dramáticos acontecimientos en Grecia puede haber dejado de advertir como los eventos -con una ironía inquietante- se desarrollaban como un remedo de la tragedia griega clásica. Como Edipo, los sucesivos primeros ministros se han comprometido en una lucha heroica pero inútil frente a un destino aparentemente inevitable. A pesar del hecho de que, como sus antepasados ​​míticos, parecen estar haciendo todo lo aparentemente correcto –aumento de los impuestos, recortes de gasto público, privatización de empresas públicas (austeridad) - sin embargo continúan deslizándose hacia la ruina definitiva.

Si Grecia cae, el riesgo es que todo el castillo de naipes europeo caiga con ella. No solo el trabajo de generaciones de políticos europeos se perderá por el desagüe, sino que también dará lugar a un caos económico verdaderamente incalculable. Así, todos los líderes de los gobiernos, los directores de los bancos centrales y funcionarios públicos contienen la respiración cuando una nueva ronda de medidas de austeridad se anuncia o cuando nuevos paquetes financieros se entregan. ¿Atemperará la ira de los mercados financieros el nuevo sacrificio? Recientemente los ministros de finanzas de Europa establecieron un acuerdo de enorme alivio de la deuda de Grecia, y el mundo entero está todavía a la espera de respuesta...

Mientras que en Europa contiene el aliento, vale la pena considerar por qué los numerosos programas nacionales de austeridad anunciados y aplicados en Grecia, España, Portugal, Italia, etc., no han conseguido los efectos previstos ¿Por qué la inquietud de los mercados financieros aún no se ha evaporado y la crisis europea se ha puesto por fin bajo control?

Una buena explicación es que las medidas de austeridad solo tratan los síntomas y no la causa de la enfermedad fiscal, y por lo tanto el origen de la desconfianza de los mercados. En pocas palabras: estas medidas de 'prudente' consolidación fiscal (o al menos su calendario) pueden constituir más una parte del problema que una parte de la solución. Varios problemas son evidentes.

Primero de todo, el diagnóstico es erróneo. Casi todos los medios de comunicación nos explican que el exceso de consumo público del sur de Europa es la causa de la enfermedad de la deuda. Ciertamente, desde la perspectiva del estado de bienestar nórdico, establecer la edad de jubilación a los 55 años parece excesivamente pródigo. La evasión fiscal y la corrupción rampante no embellecen el cuadro.

Pero esta no es la clave, ya que hay una razón más fundamental para el endeudamiento galopante. La Unión Monetaria Europea se creó errando en el diseño. Cuando se introdujo en 1999 agrupó a un conjunto muy heterogéneo de naciones con gran divergencia en estructuras industriales, mercados laborales, productividad, potencial de crecimiento y competitividad. De hecho, se ha argumentado que Europa es uno de los lugares menos favorables para el funcionamiento de una moneda común. Se supuso entonces que los países del sur más empobrecidos podrían y deberían invertir en la transformación estructural de sus economías, y que las mejoras de su productividad y competitividad les permitiría alcanzar al pudiente Norte.

Figura 1. Balanza comercial en la Eurozona (en billones de dólares). Fuente: FMI
 
Eso nunca sucedió. De hecho, sucedió todo lo contrario. En cambio los países del norte como Alemania, los Países Bajos y también mi propio país, Dinamarca, experimentaron una mejoría notable de su balanza comercial. Al mismo tiempo, los déficits del sur de Europa se dispararon. De hecho, el desarrollo de la balanza comercial en el norte de Europa es casi una perfecta imagen especular del déficit del sur (véase el gráfico de la Figura 1)

Por lo tanto, cuando el debate se calienta vale la pena recordar con calma que en los últimos diez años el crecimiento de las exportaciones y el auge en el norte de Europa en gran medida se basa en la deuda del sur.

De hecho, es perfectamente posible que, como afirma el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, el origen de la actual crisis global no es un consumo excesivo, sino demasiado poco. O más precisamente, que la composición del consumo mundial ha creado enormes desequilibrios globales, que deben ser corregidos de una manera u otra. Krugman sostiene que las recesiones generalmente son causadas por ciclos donde todo el mundo -ya sean individuos o naciones- quiere guardar y acumular dinero al mismo tiempo, mientras que nadie quiere gastarlo. Pero lo siguiente debería ser intuitivamente claro: todo el mundo no puede ahorrar dinero al mismo tiempo -al igual que todas las naciones del planeta no pueden alcanzar el superávit comercial de forma simultánea.

Cuando el origen de la enfermedad se observa bajo esta perspectiva, es fácilmente inteligible que lo que se necesita ahora no es más ahorro -solo empeorará las cosas- sino más gasto, pero por parte de los que tienen las reservas en la mano. En Europa esto significa Dinamarca y Alemania. En una escala más global, apunta a China.

Por lo tanto y en segundo lugar, con un diagnóstico equivocado la prescripción del medicamento sin duda será equivocada. Sabemos con certeza que el aumento de los impuestos, los despidos de empleados públicos y recorte de gasto público tiene un efecto: se reduce la demanda interna. Disminuye el PIB, erosiona la base tributaria y, en definitiva, aumenta -no disminuye- la deuda de la nación. Pero se espera que estas medidas tengan por lo menos efectos beneficiosos a largo plazo que compensen estas pérdidas.

En primer lugar se espera que la competitividad de las naciones mejore, y por lo tanto que las exportaciones se reanuden y la balanza comercial se recupere. En segundo lugar y como consecuencia, que la demanda interna y las inversiones aumenten. En tercer lugar que los mercados financieros recuperen la confianza, y se sanee la compra de bonos soberanos, lo que disminuirá las tasas de interés, etc.

*   *   *
El FMI se refiere en ocasiones a Dinamarca como un caso de éxito de implementación de estas políticas (véase, por ejemplo, el capítulo 3 del World Economic Outlook, 2010). Pero un análisis detallado del caso danés demuestra claramente que el éxito de tales acciones requiere de unas condiciones muy especiales, y que las medidas de austeridad no van a funcionar en la situación actual (y esta es en parte la razón por la que levanto mi voz en este debate)

En cierto sentido, Dinamarca fue la primera Grecia de Europa. De 1973 a 1988, la deuda soberana danesa se ​​disparó fuera de control. En 1986 un importante programa de austeridad nacional se llevó a cabo. La gente de aquí todavía lo recuerda un cuarto de siglo después después (y ni siquiera se acercó a la severidad de los programas que se están llevando a cabo en el sur de Europa)

En primer lugar la solución consistió en la reducción de las transferencias sociales de renta y de los salarios públicos. Por otra parte el movimiento obrero y las patronales acordaron una rigurosa moderación salarial. Además de las consecuencias sociales inmediatas, estas medidas lograron contener la inflación de dos dígitos que Dinamarca estaba entonces sufriendo. Así, a pesar de que formalmente se realizaron recortes, los daneses medios en realidad experimentaron un aumento real de los salarios, ya que la inflación cayó. De este modo, la demanda interna aumentó e impidió que Dinamarca se deslizara más profundamente en la recesión.

Y aquí aparece la primera diferencia entre la Dinamarca de entonces y el sur de Europa de ahora mismo. Hoy en día la inflación en la Eurozona es baja. Ello supone que reducir los salarios nominales y el gasto público también significa reducir los salarios reales, lo que socavará la demanda interna y causará una nueva recesión.

Por otra parte, mientras que la economía danesa sufría en la década de 1980, sus vecinos comerciales experimentaron un boom -sobre todo Alemania, que debido a la unificación incrementó notablemente su actividad económica. De este modo no solo la competitividad danesa mejoró: también hubo muchas oportunidades para exportar los productos daneses.

Está situación contrasta con la actual circunstancia. La economía mundial está en una depresión global. ¿Quién se supone que comprará las exportaciones griegas? En el norte de Europa también se están ajustando tanto los presupuestos públicos como los privados. ¿Estados Unidos? ¿El norte de África? No lo creo. Así, sin mercados a los que exportar, se puede mejorar la competitividad tanto como uno quiera -nadie comprará. Estos simples hechos son bien conocidos por los mercados financieros, y por lo tanto no recuperarán la cacareada confianza.

Dicho sin rodeos, los recortes afectan exclusivamente a la capacidad del sur de Europa para devolver la deuda, no a su capacidad para competir y crecer. Se trata de una política de "talla única para todos”, que se basa en el supuesto dudoso de que lo que alguna vez funcionó para Dinamarca en muy diferentes circunstancias macroeconómicas y en medio de un enorme auge de exportaciones a Alemania que duró diez años, tendrá el mismo efecto para países estructuralmente diferentes, en un tiempo mucho más corto y en el contexto de una depresión económica mundial. No tiene mucho sentido.


*   *   *


Entonces, ¿cuál es el camino? La clave no es que las medidas de austeridad no deban aplicarse. La evasión fiscal y el derroche rampante son inaceptables en cualquier economía moderna. La clave es que el momento de implantación no podría ser peor, y que estas medidas deben necesariamente ir acompañadas de otro tipo de políticas. La insistencia en que el problema no es más que un fenómeno del sur de Europa y no un problema común de la Europa fiscal y monetaria, aumenta el riesgo de la Unión de situarse en un jaque mate fiscal y monetario. En resumen, Europa podría verse atrapada en un régimen deflacionario, como el que Japón sufrió en 1997 y del que nunca se recuperó. Corremos el riesgo de que la operación tenga éxito, pero que el paciente muera.

Por lo tanto y en primer lugar, tenemos que acompañar los duros programas de austeridad, con importantes inversiones públicas en la competitividad futura de Europa del sur -es decir, en infraestructura pública, educación, ciencia y la tecnología, digitalización, atención de la salud, etc. De lo contrario no existe una respuesta convincente a la cuestión de si el crecimiento futuro acontecerá una vez que el problema de la deuda haya sido resuelto. Podría dirigirse la inversión hacia fines socialmente estratégicos, y por lo tanto usar un problema para resolver otro. Sabemos que Europa se enfrenta a un enorme reto demográfico, así como a los desafíos que plantea el cambio climático. Permítasenos invertir en las soluciones de estos problemas (que tendrían que abordarse más adelante de un modo u otro). Esta apuesta  equivaldría a un New Deal verde.

En segundo lugar, tanto a nivel mundial como en Europa, las naciones con enormes excedentes comerciales anteriores a la crisis deben empezar a gastarlos e invertirlos, creando una demanda para la exportación de las naciones que en la actualidad padecen graves problemas. En particular, los ajustes fiscales en países como Alemania y Dinamarca deben ser ralentizados. Todos no pueden ahorrar al mismo tiempo.

Si estos países -incluido el mío- no están dispuestos a hacerlo, los bancos centrales de todo el mundo deberán fomentar un ligero crecimiento de la inflación. No es sabiduría convencional –pero es sabiduría económica. Es perfectamente sensato en términos económicos poner un precio (inflación) a la acumulación de reservas de moneda extranjera, y fomentar así el gasto frente al ahorro. De lo contrario no hay ningún lugar donde la demanda mundial pueda aumentar. Los EE.UU. y el sur de Europa claramente no pueden pedir más préstamos.

Esta solución es vista con muy malos ojos en Berlín, Pekín  y Copenhague. Sin embargo, es un procedimiento habitual en estos días. Cuando el BCE -para disgusto del gobierno alemán- compra masivamente bonos del sur de Europa, en realidad está impulsando la inflación. Por supuesto, la inflación no está exenta de problemas. En efecto, se requiere de una buena dosis de habilidad para navegar entre el Escila y Caribdis de la política monetaria: la inflación y la deflación (por cierto, la compra de bonos por el BCE en realidad debería ser ovacionada por los filósofos-funambulistas: es bien sabido que la inflación ha sido históricamente una fuerza de redistribución de la riqueza y el privilegio más eficaz que cualquier revolución.)
Así, desde una perspectiva económica mundial, es imperativo que (de manera sostenible y no basada en la deuda) la demanda se ponga de nuevo en marcha, incluso si ello implica un crecimiento de la inflación.
 
En tercer lugar y finalmente, tenemos que establecer progresivamente un régimen global financiero y un conjunto de normas que no solo sirvan a los intereses financieros, sino a los intereses de las sociedades. De hecho, la razón principal por la que, por ejemplo, China ha acumulado reservas de divisas tan grandes, es la desregulación masiva y global de las finanzas. Si no logramos readaptar el sistema global para satisfacer las necesidades de la economía real, vamos a terminar en una nueva crisis mundial en diez años. Por ejemplo Lord Peter Mandelson en el Reino Unido ha alentado a establecer una política comercial más equilibrada, en la que el consumo interno y la exportación vayan de la mano, desincentivando de este modo los inaceptables niveles de desigualdad entre países.
*  *  *
Esto, creo yo, es una forma económicamente viable de salir de la crisis y, finalmente, un argumento solidario a favor de Europa en su conjunto. El modelo europeo futuro podría no convertirse en el mejor de los mundos posibles (como los filósofos querrían); sin embargo, es probablemente la mejor alternativa existente. Es a la vez democrático y no excesivamente obsesionado con la capacidad de los mercados libres para satisfacer las necesidades de los pueblos –una capacidad que claramente se ha demostrado que no poseen.

Este ensayo también conlleva una lección filosófica: no confundir la moral y la economía. De hecho, la mezcla espuria de indignación moral y asuntos económicos es un error, y tal vez una de las enfermedades más peligrosas del siglo XXI. Incluso si la economía es la principal concentración de poder hoy en día, todavía todos somos (espero) demócratas, y los argumentos deben ser enfrentados con argumentos no degradantes o con moralinas condescendientes. Afirmar que la Unión Europea o el BCE está saqueando a Grecia es tan falso, estereotípico y denigrante como lo es afirmar que la crisis ha sido causada por la pereza de los griegos (!), una acusación desconcertante lanzada por el equivalente alemán del Tea-Party.

Este tipo de debates solo servirán para ampliar la brecha de desconfianza entre europeos  del norte y del sur. Si este abismo en el corazón de Europa llega a ser demasiado profundo, el proyecto europeo se echará a perder -independientemente de si la Unión Monetaria sobrevive o no. Este, me temo, es el peligro más grave al que nos enfrentamos en 2012. Y es por ello que los griegos necesitan ser salvados de los filósofos, al menos si estos no tienen nada más que ofrecer.


Ich bin ein Athener!

Martin Møller Boje Rasmussen, filósofo y estudiante de doctorado de Economía Política, Dinamarca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario