lunes, 23 de diciembre de 2013

Catacumba, resta y sigue

El festival de cine CATACUMBA celebra del 25 al 28 de diciembre su 12ª edición en la localidad valenciana de Godella. www.catacumba.org

POR PACO INCLÁN

¿Cómo tocar techo sin salir del fondo?
A Sergi, Javi y Montse (lo que aparece si quitas los logos)

Versiones del cartel de esta edición diseñado por Leviathan

Tengo la sensación, nunca antes había intentado de formularla, de que la pobreza siempre contiene mayor carga semántica que la riqueza. Se puede conocer el grado de solvencia económica de un proyecto dependiendo de la cantidad de lirismo que contenga su nomenclatura. El sector que tengo más analizado es el de los libros. Si, por ejemplo, una editorial se llama Retorcidos Sueños Caligráficos, Ediciones del Cuerpo Literario Más Allá de la Penumbra, La Pluma Cojonera o El Umbral de los Libros Imposibles es que no tienen ni un duro. Cuando una editorial tiene pasta se llama La Editorial a secas o, como mucho, Editorial Algo. Así, sin mayores circunloquios.


Sí, la pobreza engalana sus miserias con enrevesados juegos semánticos. Pasa lo mismo con los callejeros. Uno sabe si se encuentra en un barrio rico o pobre dependiendo de la manera de señalar sus direcciones postales. En un suburbio latinoamericano una posible dirección sería: calle Manzanas esquina con Pedro León de Andújar frente a la fontanería Tlapoalta veinte metros antes de la Pulquería de los Aztecas. Por el contrario, en los barrios ricos de los países ricos la cosa sería algo así: 171 Maxwell Avenue. Y ya.

¿Y qué me dicen de la manera de nombrar a los niños que nacen en el extrarradio de una ciudad como Tegucigalpa? Allí los niños de la calle con los que trabajé hace muchos años se llamaban Kevin Jairo Alexander o Sheyla Karen Vanessa. Sus padres les abandonaron al poco del nacer, despojándolos de cualquier posibilidad de infancia y futuro, pero les dejaron nombres muy recargados, como si la falta de recursos económicos pudiera ser suplantada por una carga lírica exagerada. Como si la semántica fuese el último arma de los que nada tienen.

Analizaremos ahora el caso de la nomenclatura de Catacumba, festival de cine que cada Navidad se celebra en la localidad valenciana de Godella o, lo que es lo mismo, a cuatro paradas de metro de la ciudad de Valencia. Para los que no han oído hablar de Catacumba, es un proyecto cinematográfico que estos días está celebrando su décimo-segunda edición. Así, sin ningún ruido mediático, sin ser conscientes y diría que casi sin querer, se ha convertido en uno de los festivales más veteranos y con mayor solera del castigado panorama cultural valenciano. En estos doce años, mientras Catacumba continuaba, a trancas y barrancas, con su silenciosa andadura ha cerrado Canal 9, han desdibujado la Filmoteca Valenciana, han herido de muerte al sector audiovisual autóctono y se han cargado la Mostra de Cinema del Mediterrani, entre otros despropósitos. Por no hablar de la cacareada Ciudad de la Luz, que hoy se está cayendo a trozos.

¿Y entonces? ¿Cómo es posible que Catacumba resista como propuesta cinematográfica en paisaje tan desolador? ¿Cómo es posible que se mantenga con un presupuesto de poco más de tres mil euros, de los que mil quinientos se destinan a los premios de su concurso, mientras otros festivales, productoras y televisiones han desaparecido a pesar de contar con millones de euros de dinero público? Algún día tendremos que hacer el relato de las interesantes propuestas sociales y culturales que, sin más recursos que las ideas bien plasmadas, un punt d'honor y un quijotismo épico, surgieron en Valencia en los años en los que las arcas ciudadanas fueron saqueadas por el despilfarro, la corrupción y la nefasta gestión de sus administradores.

Porque resulta paradójico que un pequeño festival universal y de pueblo dedicado a los subgéneros cinematográficos supuestamente más oscuros sea como ese halo de luz que atraviesa las ruinas de un edificio. Catacumba se muestra solvente en cuanto a contenidos, proyección internacional (este año han llegado cerca de trescientos cortometrajes procedentes de cuatro continentes) y profesionalidad de la propuesta. Un festival que ha ido creciendo y decreciendo en diferentes fases de su periplo, en un equilibrio comedido que ha sostenido sus raquíticos cimientos. Sin oropeles ni excesos, sin apenas apoyo institucional (actualmente sólo queda el del Ayuntamiento de Godella) y sin pedirle al público que pagara entrada. Cuando ya no hay nada que perder sólo puedes salir venciendo.

Como con las editoriales, los callejeros arrabaleros y los niños de la calle, Catacumba también ha suplido sus escaseces pecuniarias aumentando año tras año, sin que nos diéramos cuenta, la nomenclatura de su festival. Cuando empezó su andadura, allá por el 2000, sólo era fantástico y de terror. Hoy se le conoce como el festival de cine extravagante, ciencia-ficción, fantástico, bizarro, experimental y de terror de Godella. Las posibilidades de crecimiento semántico son infinitas: raro, abyecto, gore, porno anticomercial, pobre, extraño, manufacturado, cine después del cine, etc. A mayores dificultades económicas mayor carga narrativa. La lírica disimula las carencias y engrandece la propuesta.

Con esmirriados mimbres y mala salud de hierro este miércoles 25 arranca la 12º edición de Catacumba con una variopinta programación que incluye cerca de cuarenta proyecciones gratuitas (sesiones de 18h, 19h y 23h); su ya tradicional concurso de gritos (día 25); un cine-concierto de Truna y sus monstruos (día 26); el estreno del cuarto episodio de Cabanyal Z (día 27), y la gala de entrega de sus premios a los mejores cortometrajes y largometrajes (día 28) en la que participará el selecto jurado de esta edición compuesto por el crítico Eduardo Guillot, la profesora universitaria Áurea Ortiz y el músico Pablo Maronda. Las estatuillas del festival de cortometrajes se llaman los Fetos de Oro (conocidos como los "Óscar de L'Horta Nord") y la Muñeca Rota, que este año han sido elaboradas por el escultor francés Naureg. Todo ello en un ambiente campechano, sin las mascaradas que exigen las urbes (como curiosidad, el back-stage del Festival es un cuartito atiborrado de elementos religiosos que cede una asociación de mujeres jubiladas del pueblo).

Más por menos. Trabajar sin recursos es una jodienda, pero ellos prefirieron llamarlo decrecimiento. Catacumba, resta y sigue.

PD: Vale la pena acercarse a Godella a conocerlo.

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