El festival de cine
CATACUMBA celebra del 25 al 28 de diciembre su 12ª edición en la localidad
valenciana de Godella. www.catacumba.org
POR PACO INCLÁN
¿Cómo tocar techo sin salir del fondo?
A Sergi, Javi y Montse (lo que aparece si quitas los logos)
Versiones del cartel de esta edición diseñado por Leviathan
Tengo la sensación, nunca antes había intentado de
formularla, de que la pobreza siempre contiene mayor carga semántica que la
riqueza. Se puede conocer el grado de solvencia económica de un proyecto dependiendo de la cantidad de lirismo que contenga su nomenclatura. El sector que
tengo más analizado es el de los libros. Si, por ejemplo, una editorial se
llama Retorcidos Sueños Caligráficos, Ediciones del Cuerpo Literario Más Allá
de la Penumbra, La Pluma Cojonera o El Umbral de los Libros Imposibles es que
no tienen ni un duro. Cuando una editorial tiene pasta se llama La Editorial a secas o,
como mucho, Editorial Algo. Así, sin mayores circunloquios.
Sí, la pobreza engalana sus miserias con enrevesados juegos
semánticos. Pasa lo mismo con los callejeros. Uno sabe si se encuentra en un
barrio rico o pobre dependiendo de la manera de señalar sus direcciones postales.
En un suburbio latinoamericano una posible dirección sería: calle Manzanas esquina
con Pedro León de Andújar frente a la fontanería Tlapoalta veinte metros antes
de la Pulquería de los Aztecas. Por el contrario, en los barrios ricos de los
países ricos la cosa sería algo así: 171 Maxwell Avenue. Y ya.
¿Y qué me dicen de la manera de nombrar a los niños que nacen
en el extrarradio de una ciudad como Tegucigalpa? Allí los niños de la calle
con los que trabajé hace muchos años se llamaban Kevin Jairo Alexander o Sheyla
Karen Vanessa. Sus padres les abandonaron al poco del nacer, despojándolos de
cualquier posibilidad de infancia y futuro, pero les dejaron nombres muy
recargados, como si la falta de recursos económicos pudiera ser suplantada por una
carga lírica exagerada. Como si la semántica fuese el último arma de los que nada tienen.
Analizaremos ahora el caso de la nomenclatura de Catacumba, festival
de cine que cada Navidad se celebra en la localidad valenciana de Godella o, lo
que es lo mismo, a cuatro paradas de metro de la ciudad de Valencia. Para los
que no han oído hablar de Catacumba, es un proyecto cinematográfico que estos
días está celebrando su décimo-segunda edición. Así, sin ningún ruido mediático, sin ser conscientes y diría que casi sin querer, se ha convertido en uno de los
festivales más veteranos y con mayor solera del castigado panorama cultural
valenciano. En estos doce años, mientras Catacumba continuaba, a trancas y
barrancas, con su silenciosa andadura ha cerrado Canal 9, han desdibujado la
Filmoteca Valenciana, han herido de muerte al sector audiovisual autóctono y se
han cargado la Mostra de Cinema del Mediterrani, entre otros despropósitos. Por
no hablar de la cacareada Ciudad de la Luz, que hoy se está cayendo a trozos.
¿Y entonces? ¿Cómo es posible que Catacumba resista como
propuesta cinematográfica en paisaje tan desolador? ¿Cómo es posible que se mantenga con un
presupuesto de poco más de tres mil euros, de los que mil quinientos se
destinan a los premios de su concurso, mientras otros
festivales, productoras y televisiones han desaparecido a pesar de contar con
millones de euros de dinero público? Algún día tendremos que hacer el relato de
las interesantes propuestas sociales y culturales que, sin más recursos que las ideas bien plasmadas, un punt d'honor y un quijotismo épico, surgieron en Valencia en los años en
los que las arcas ciudadanas fueron saqueadas por el despilfarro, la corrupción y la nefasta
gestión de sus administradores.
Porque resulta paradójico que un pequeño festival universal y de pueblo
dedicado a los subgéneros cinematográficos supuestamente más oscuros sea como
ese halo de luz que atraviesa las ruinas de un edificio. Catacumba se muestra solvente en cuanto a contenidos, proyección
internacional (este año han llegado cerca de trescientos cortometrajes procedentes de cuatro
continentes) y profesionalidad
de la propuesta. Un festival que ha ido creciendo y decreciendo en diferentes
fases de su periplo, en un equilibrio comedido que ha sostenido sus raquíticos
cimientos. Sin oropeles ni excesos, sin apenas apoyo institucional (actualmente
sólo queda el del Ayuntamiento de Godella) y sin pedirle
al público que pagara entrada. Cuando ya no hay nada que perder sólo puedes salir venciendo.
Como con las editoriales, los callejeros arrabaleros y los niños de la
calle, Catacumba también ha suplido sus escaseces pecuniarias aumentando año
tras año, sin que nos diéramos cuenta, la nomenclatura de su festival. Cuando
empezó su andadura, allá por el 2000, sólo era fantástico y de terror. Hoy se
le conoce como el festival de cine extravagante, ciencia-ficción, fantástico,
bizarro, experimental y de terror de Godella. Las posibilidades de crecimiento
semántico son infinitas: raro, abyecto, gore, porno anticomercial, pobre,
extraño, manufacturado, cine después del cine, etc. A mayores dificultades
económicas mayor carga narrativa. La lírica disimula las carencias y engrandece
la propuesta.
Con esmirriados mimbres y mala salud de hierro este miércoles 25 arranca la 12º edición de
Catacumba con una variopinta programación que incluye cerca de cuarenta
proyecciones gratuitas (sesiones de 18h, 19h y 23h); su ya tradicional concurso de gritos (día
25); un cine-concierto de Truna y sus
monstruos (día 26); el estreno del cuarto episodio de Cabanyal Z (día 27), y la
gala de entrega de sus premios a los mejores cortometrajes y largometrajes (día
28) en la que participará el selecto jurado de esta edición compuesto por el
crítico Eduardo Guillot, la
profesora universitaria Áurea Ortiz
y el músico Pablo Maronda. Las
estatuillas del festival de cortometrajes se llaman los Fetos de Oro (conocidos como los "Óscar de L'Horta Nord")
y la Muñeca Rota, que este año han
sido elaboradas por el escultor francés
Naureg. Todo ello en un ambiente campechano, sin las mascaradas que exigen las urbes (como curiosidad, el back-stage del Festival es un cuartito atiborrado de elementos religiosos que cede una asociación de mujeres jubiladas del pueblo).
Más por menos. Trabajar sin recursos es una jodienda, pero ellos prefirieron llamarlo decrecimiento. Catacumba, resta y sigue.
PD: Vale la pena acercarse a Godella a conocerlo.
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