Ayer me tragué entero un partido de beisbol. El juego no acaba hasta que uno gana y pierde el otro. Tardaron tres horas en resolverlo. Debe de tener su gracia, pero todavía no se la encuentro.
Cada vez que pido una hamburguesa me cercioro primero de
que haya cerca un baño. Por si acaso.
Son muy amables, pero no sé qué estarán pensando por
dentro.
Distinción racial del mar. Latinos y negros se bañan
en primera línea; más alejadas de la orilla se divisan blancas velas de yates
reposados sobre la superficie. Al fondo se otean cargueros que deben estar
atestados de currantes made in China
por dentro. Supongo.
He vuelto a engancharme a los tacos. De lengua.
Resido en una villa rodeada de un bosque de secuoyas.
Con coyotes, artistas, mosquitos, lagartijas y otros bichos. No me quejo.
Las viudas negras son arañas cuya picadura puede
resultar mortal. Peor es el veneno de otro arácnido con nombre de bar, la ermitaña café, con una marca en forma
de violín en la parte superior del cuerpo. Trato de distinguirlas de las
inofensivas, para no aplastarlas a todas. Escuadrones de hormigas obreras,
todas hembras, trasladan los cadáveres a un lugar que desconozco. He trazado un
plan para seguirlas. A ver dónde acabo.
Ahora que me aprenda todas las palabras del diccionario,
voy por la B, todavía me faltará pillarles el acento.
Olas de varios metros, amenaza latente de tiburones,
vuelo rasante de gaviotas que picotean cerebros, violentos movimientos de las
profundidades marinas que desplazan enormes cetáceos que quedan encallados en
la orilla. ¿Quién coño le puso Pacífico a este océano?
La afición de algunos niños por enterrar a sus padres
con arena de playa tiene algo entre frommiano
y perverso.
El diseño de mi estudio fue inspirado por el poeta
lituano en lengua polaca Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura en 1980.
Él dispuso la idea que ejecutó el arquitecto. Milosz debió inspirarse en los
gulag soviéticos, cuya crueldad denuncia en El
pensamiento cautivo. El clima del cuarto es desértico: por las mañanas es un
horno, por las noches el hedor atraviesa los ladrillos, que están al
descubierto. Mi residencia está en la parte más alta de la villa, la más
alejada del commons. A veces me
ensimismo tanto que, cuando regreso de universos paralelos, tardo un rato en
recordar quién soy, dónde me encuentro. La
directora del centro me comentó el otro día que el arquitecto había diseñado el
estudio -aislado, tortuoso, tabicado, aceptaremos poético- pensando en
residentes que escribieran y bebieran mucho. Me felicitó porque, según su
criterio, cumplo a rajatabla ambos requisitos, especialmente el segundo. Cada día me esfuerzo más, no
quisiera decepcionarles; es importante que los que nos trajeron hasta aquí
estén contentos.
Me pareció ver a Fidel Castro comiéndose un perrito
con mostaza en un bar de Oakland. Le acompañaba otro hombre, más joven, que me
recordaba, os lo prometo, a Antonio José Iglesias, el de Dwomo.
Si ahora mismo tuviera enfrente a Marc Auge le
preguntaría si podemos considerar no-lugares a las playas en domingo y a
la insípida atmósfera de todas las copisterías del mundo. Para que volviera a
renegar de su concepto, convertido, a pesar suyo, en el más común de los sitios.
Por instinto de supervivencia he instalado mi vida en la
terraza. Mi trabajo principal -sin descanso, de madrugada, hasta altas horas,
sonando cumbia, ensayando ceniceros, tragos desesperados, a punto de rendirme y
solicitar al centro que, please, me
cambien de estudio- consiste en repensar (de mayor quiero dedicarme a esto) la concepción de mi residencia, buscarle
matices positivos. No debo desfallecer en el intento, sería mi fracaso
artístico. He invertido horas, de manera silenciosa, como si la cosa no fuera conmigo, tomado notas, repasado el experimento psicogeográfico en el interior de un contenedor gallego; temo estar
encasillándome, quizás mi próximo proyecto consista en residir directamente en un
basurero. Pero estoy animado; poco a poco percibo avances en labor tan ingrata:
en un mes mi estudio ha pasado de ser conocido como Abu Ghraib a ser llamado el
bar de Bostezo (Bostezo´s bar). Dicen
que es estética relacional. Que venga Bourriaud y lo vea.
El tiempo aquí es palíndromo, se cierra en círculo; ni se pierde ni se invierte, simplemente no pasa y tampoco pasa nada.
El tiempo aquí es palíndromo, se cierra en círculo; ni se pierde ni se invierte, simplemente no pasa y tampoco pasa nada.
Idea para exportar a Godella. El otro día, en San
Francisco, encontramos un negocio dedicado exclusivamente a la venta de
'consejos estúpidos' por solo cinco dólares. La próxima vez que pase les
compraré uno.
He tocado el piano con desconcertante virtuosismo. Quizás haya llegado el momento de explorar mis dotes con la piragua o el descenso de
barrancos.
Pasamos frente a las instalaciones-matriz de Google y
Apple. Las de Facebook y Wikipedia, entre otras, también están por aquí. Las
empresas que transformaron el mundo surgieron de municipios con aire campestre y
tonos de asueto. Investigar sobre el fracaso, tema del próximo dossier de Bostezo, en el Valle del Sicilio es
soliviantar el soul del monstruo.
En inglés, como elefante en cacharrería se dice like a bull in chinese shop. Y conejillo
de indias, guinean pig (cerdo de
Guinea).
Estados Unidos somos todos, menos los norcoreanos,
aunque ellos también lo son un poco. En secreto.
Repentina sincronicidad, gracias Andrés y Sandra por
traerme el concepto, con los gatos; este jueves presentamos Bostezo en la
librería Alley Cat; el municipio cercano a la villa se llama Los
Gatos, y me hice cuate de Rick, un no-músico mexicano que, acompañado de juguetes,
tótems y hologramas, se está transformando en su avatar felino. Lo he visto
maullar de madrugada subiendo y bajando una cuesta empinada en el interior de
un auto. Estaría ensayando. Maullido en inglés se pronuncia miau. Más o menos.
De momento no me molestaron los dientes, aunque
a veces me sangran sus huecos.
Lo que peor llevo es tener que elegir entre veinte
tipos de café, cuarenta marcas de chocolate, setenta clases de galletas. Es la
especialización atomizada de los productos en los supermercados, para que cada cliente se sienta
único en su especie en el santuario del consumo. En cuestiones culinarias
siempre preferí que otros escogieran por mí, con la seguridad de que ellos
serían más juiciosos con mis gustos. Aquí no me queda más remedio que tomar
decisiones al respecto. Me pongo nervioso. Seguro que fallo.
El otro día subí una montaña. No era muy alta, pero casi
me muero.
Tengo ganas de veros. Un abrazo.
Te veo bien. Encaminado a tu proyecto de fracaso irremesible. sigue así, lo conseguirás.
ResponderEliminarEn el supermercado puedes jugar a desordenar los lineales del café (por generar un poco de desconcierto).
Me sorprende que, en el lugar más inhóspito e insospechado, siempre encuentras "the other way", siempre en dirección opuesta (que no contraria), buscando a los que se perdieron intentando salirse del "stream" de la vida.
Saludos desde el lugar de siempre.