martes, 15 de enero de 2013

Cosas que se pierden



Capítulo único de la serie No nos gusta el progreso

POR WALTER BUSCARINI

Para Javi

Antes (no me preguntes cuándo) uno todavía podía darse el gusto de perderse por las calles de una ciudad ignota. Llegabas por vez primera a Bilbao y le preguntabas a un paisano por la dirección del colega de la colega del colega que tocaba la flauta y que te dejaba un cuarto para pasar unos días en los sótanos de un bar de la parte vieja.

Y entonces el paisano te daba unas explicaciones incomprensibles, difíciles de asimilar para el recién llegado pese a su amable esfuerzo en hacerse entender: a la izquierda, tire a la izquierda, llegue a la esquina y a la izquierda, ahí, a la izquierda, el semáforo a la izquierda, a la izquierda, donde está ese coche y a la izquierda, después del parque a la izquierda...

Y sin saber por qué, tirabas a la derecha.

A veces el paisano te acompañaba, exigiendo que cumplieras sus instrucciones como si, en lugar de recomendaciones, fuesen órdenes ("oiga, oiga, que le he dicho que a la izquierda"). Recuerdo que en Zaragoza uno se subió al coche para guiarnos con más tino (nos perdimos con él dentro del twingo). En cada esquina siempre habían jubilados dispuestos a emplear sus últimos años de vida en darte imprecisas indicaciones. Gracias a ellos, uno todavía gozaba de oportunidades para seguir perdiéndose por la ciudad, de descubrir caminos que, a priori, no había escogido. Y no siempre lo que se escoge es la mejor opción (casi nunca lo es, aunque, por salud mental, tengamos que simular que lo sea).

Hoy te explican cómo llegar a una calle con la aplicación del Google Maps en su móvil. No sé si a esto se le llama blutuff. La explicación será precisa, imposible extraviarse. Deambular ha perdido su sentido. Y lo mejor no suele estar al final, sino en el camino.

¿Y qué me dicen de las discusiones encendidas en los bares? Antes podías tirarte largas horas defendiendo a muerte un dato incierto en una conversación entre amigos: que si Joe Strummer tocó en los Pogues, que si Onésimo jugó en el Barça, que si Mik Baro fue el batería de Doctor Explosion o que si Jon Manteca murió en Valencia. Eran discusiones que te ayudaban a introducirte en la profundidad cavernosa de la vida: pasaban los años y seguías discutiendo con los mismos amigos sobre las mismas cuestiones. Podían resurgir en cualquier momento, aunque, alguna noche, hacia ya años, se hubiesen dado supuestamente por zanjadas. Lo importante, mucho más que encontrar una certeza, era que cada cual se posicionara con firmeza en su hilo argumental. Para defenderlo, uno tiraba de lecturas, de la información que te daban los vinilos, de conocimientos del Trivial, de fino olfato de tertuliano o de lo que te habían contado en otros bares. Daba igual que dudaras de tu aserto, eso te hacía defenderlo incluso con más vehemencia (no estar seguro no era motivo suficiente para torcer el brazo) frente a unos interlocutores que negaban tus hipótesis, esas que tú tratabas de imponer con -Javi dixit- briosos puñetazos en la mesa (paradigma del despotismo ilustrado en bares periféricos). Al final, aun sabiéndote errado, acorralado por tus propias contradicciones, insistías en tus argumentos con más firmeza todavía, como si te fuera la vida en ello; no ibas a ceder solo por no estar en lo cierto. "Qué sí, que te lo digo yo, coño, que el Strummer tocó en los Pogues". Y puñetazo en la mesa (y el tercio se iba a la mierda para armarte todavía de más razones). La conversación tomaba entonces tintes tragicómicos, como el moribundo que, en su último estertor, renace para confirmar que se está muriendo. De aquellas discusiones emanaban nuevos datos, nuevas historias, seguro que algunas risas, siempre había el que se apostaba una paella o mil duros o se buscaba la respuesta en el camarero o en el que ahogaba su vida en los cubitos del cubata. Eruditos de extrarradio.


Hoy siempre habrá alguien con un dispositivo tecnológico que encienda una aplicación y nos dé la respuesta antes siquiera de que la discusión se prenda. Y el asunto se dará por finiquitado, como si la Wikipedia tuviera más credibilidad que un brioso puñetazo en la mesa.

 

Onésimo jugó en el Barça. Ahora no lo encuentro, pero yo guardo ese cromo por algún cajón de mi infancia. Y el primero que encienda un blutuff para llevarme la contraria, le parto la cara.

Y Joe Strummer tocó en The Pogues. ¡Claro que sí, Javi!

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