domingo, 14 de octubre de 2012

Olmo González y la mayoría absoluta.

POR PALOMITAS EN LOS OJOS

(Fotografía de Olmo González: todas las fotos de Olmo González excepto las indicadas)
Hace un par de semanas empecé un nuevo curro como guía turística y una tarde que tenía que darme una vuelta para poder repasar mis apuntes “a su derecha pueden ver…”  me ocurrió un incidente que en cierto modo puede servir para introducir la increíble e impactante obra de Olmo González y que empezaba de la manera más banal: bajando por la calle Atocha me tropecé con un grupo de turistas que enfocaban sus cámaras hacia el Paseo del Prado y como desde mi perspectiva me era imposible ver cuál era el objetivo de ese compacto grupo de iphones, smart phones y demás óculos electrónicos aceleré el paso y apreté el culo para descubrir que ocultaba esa esquina pintoresca, “a su izquierda pueden ver…”. Cuál fue mi pasmo al descubrir que estaban grabando un gran despliegue de la guardia municipal (¡¡¡seis corchetes!!!) que incautaban, si esa palabra se puede aplicar a unos gatos, a una camada de felinos que servían como reclamo caritativo de un pobre que yacía tumbado a la puerta de un gran hotel con la misma posición el Cristo de Andrea Mantegna.
Yo que soy una mujer por lo general apocada, de carácter apacible y sin ningún estudio reglado en psicología me aventuré a gritarles que estaban “enfermos” y les inquirí sobre la gracia de grabar algo así, echando leña de manera contraproducente al retablo de felinía, felonía y pobreza y haciendo que el vídeo fuera mucho más suculento para su subida al youtube, por lo que si ponen “Madrid+cats+mad+woman+needy(menesteroso)” con toda probabilidad me podrán ver en una de mis actuaciones estelares.  Aún con el sofoco pensé en las palabras de un fotógrafo como Martin Parr, que tan bien ha retratado a esas bestias insaciables que son los turistas y que venían a decir más o menos que él era un fotógrafo de guerra pero que su primera línea de batalla eran las colas de los supermercados. Hemos de reconocer que ese panóptico turístico lleno de ojos amorales con el que me tropecé y que integraban la escena de extrema pobreza urbana en un flow visual que discurría entre las pinturas negras de Goya que acababan de ver y el Guernica al que se dirigían a visitar, servían para ratificar las palabras de Martín Parr: España es un territorio en guerra pero su campo de batalla está en las colas de los supermercados, las plazas del centro, los bares, la puerta de los hoteles y de las grandes superficies. “- Y, ¿Qué tal España? – Muy bonita, pero chica, mucha pobreza”.

     (Obra de Martin Parr)
      
Olmo González es como Martin Parr, un fotógrafo de guerra pero su obra más que reflejar explosiones o momentos truculentos llenos de acción se centra en el paisajismo del desastre, el de los lugares desolados, las ciudades satélites en ruinas y los descampados donde crece la buddleja davidii el arbusto que según los científicos dominará el mundo una vez que los seres humanos nos hayamos extinguido (calificada como planta invasora según Real Decreto 1628/2011, de 14 de noviembre). Por eso su fotografía es quieta y angustiosa salvo por alguna excepción más que reseñable como esa imagen impactante y violenta de un desalojo en la que la famosa “equis” trágica se actualiza para volver a hablar de un pueblo que sufre, pero esta vez no bajo el fuego de las bayonetas sino bajo el de las hipotecas…

  


Como decía, la fotografía de Olmo González al menos la poca que yo conozco (no quiero condenar a nadie) es fundamentalmente el feudo de lo devastado donde reina ese silencio extremo que sólo se puede no-oír en aquellos lugares que acaban de ser bombardeados. Sus fotografías de no-lugares, de vegetación decorativa marchita, de islas de cemento entre autopistas donde podemos encontrar Robinsones, lugares donde Ballard resuena como un viento frío, son espacios donde se nos muestra los efectos colaterales de una guerra económica en la que no vemos el ataque o la furia destructora sino la quietud de sus consecuencias. Tal y como ocurre en esa famosa foto de Roger Fenton sobre la Guerra de Crimea donde se nos ocultan los cañones tronando (el estado de la fotografía del momento no lo permitía) para mostrarnos el campo repleto de obuses. Fotografía que luego sería homenajeada por Paul Seawright en una de sus fotos de 2002 sobre Afganistán.

Fotografía de Roger Fenton

Fotografía de Paul Seawright.



  


  



Acostumbrados a esa dialéctica del fotoperiodismo en la que toda fotografía tiene detrás una historia estas imágenes nos hace preguntarnos sobre qué ha pasado en Torrejón de Ardoz, lugar donde se sitúan, para que la gente se tenga que cobijar en las medianeras de las autopistas. ¿Qué tipo de guerra bacteriológica ha convertido esa ciudad en un desierto inhumano donde hemos vuelto a una especie de estado primitivo que nos ha obligado a refugiarnos cómo animales en guaridas fabricadas con cartón? La respuesta es razonablemente sencilla: la guerra que ha sufrido Torrejón, como la mayoría a la que rinde pleitesía el presidente Mariano Rajoy, ha sido desde luego silenciosa. Sobre esos lugares arrasados ha pasado como plaga de langosta una “mayoría absoluta” de comerciantes, vecinos, votantes, amas de casa, vocales, pequeños comerciantes y presidentas de escalera. “Mayoría absoluta” es además el genial nombre que recibe esta colección de fotos donde Olmo intenta indagar sobre el poder en el ámbito local. Así, el fotógrafo con una mirada cínica y distante reproduce los mayores logros del alcalde de Pedro Rollán, que porta el epíteto de “el alcalde más votado de España” (68,5% de los votos en las últimas elecciones), junto con otros títulos como “domesticador de los sueños de la ciudadanía, “azote de migrantes” o “fecundo en ardides”. 

  



Dentro de ese contexto fotográfico, Torrejón es no sólo es paisaje de desolación y signo de abstracción de la actual situación política, una ruina capitalista, sino que en su confusión de escalas y su tendencia a situarse en los extremos de la perspectiva, es símbolo de la España entera. En Torrejón está el alcalde más votado de España, es decir, la mayoría más absoluta y por tanto la más cohesionada, cerrada y silenciosa de un país que ciertamente tiende al borreguismo. Cuando Rajoy habla por los silenciosos y las silenciosas que se quedan en sus casas y no acuden a las manifestaciones habla también por Torrejón y por todas sus buenas gentes mudas que dejan pasar las tardes viendo como sus sombras se alargan y sus derechos se recortan. Torrejón no sólo es lo extremo político, es decir, la mayoría más mayoritaria frente a la minoría más minoritaria de España o lo extremo significado, sino que a su vez es lo extremo significante: Torrejón representa al mundo y contiene en sí mismo las miles de maravillas de la civilización europea reproducidas a escala en el “Parque Europa” que es definido por el alcalde en su página web de este modo:


“El ejemplo más palpable de esta transformación es la creación del Parque Europa, que es una zona verde única en España y que se ha convertido en el símbolo, el referente y el emblema de Torrejón y es su gran seña de identidad, además de un orgullo y un prestigio para los torrejoneros. Tiene una extensión de 240.000 metros cuadrados y contiene la réplica de 17 monumentos europeos y un fragmento original del muro de Berlín, así como una zona de ocio y multiaventura.”

Con Parque Europa, Pedro Rollán ha pasado de ser, siempre según su página web, no sólo el alcalde de una ciudad que crece en prosperidad y declina en inmigrantes a ser coronado, sino que además nada más y nada menos, que el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Todo en virtud de la perspectiva y de esa casuística posmoderna que hace confundir el mapa con el territorio, el cartón piedra con el mármol de Carrara y la política con la multiaventura. Las imágenes de Olmo sobre ese paraje sobrecogedor con unos elefantes marchitos como de Intolerancia de D.W. Griffith (1916), una balsa cristalina donde organizar naumaquias para solaz de la Mayoría o una Fontana de Trevi que saluda a unos adosados de nueva construcción es de lo mejor que he visto en años y nos muestran un Torrejón donde la Naturaleza, como lo público o lo social  ha sido extirpados. Una Europa tristemente metafórica que se ha convertido en un paisaje de mini-golf.

  





En esa Arcadia espectacular y maravillosa de Mini-Europa, comprimida por un cielo gris y asfixiante de tarde de domingo que anuncia tormenta,  una pareja de chicos jóvenes huyen. No vemos sus caras pero quizás estén aburridos tras haber debatido sobre su condición de jóvenes europeos frente a ese fragmento original del Muro de Berlín que anunció en su momento no sólo el nacimiento de la nueva Europa, que tan buenos resultados ha dado, sino la muerte del Socialismo, que ídem de ídem. Pero, repito, ¿hacia dónde van encaminados esa pareja dentro de esa vasta y diminuta Europa convertida en un mini-golf sin agujeros?... me temo que a un futuro dominado otra vez por la tiranía de la perspectiva, a un futuro en miniatura. Porque, reconozcámoslo, el futuro a estas alturas sólo puede tener una forma, la de la miniatura arquitectónica, la maqueta de ampliación urbanística y la distopía política local sobre la que se sirven canapés y champán.  A ese respecto Olmo tiene una serie de fotos donde el tamaño de lo que vemos, esos pisos soñados de Torrejón, no tienen una referencia espacial fiable y por tanto aparecen sometidos a un tamaño cambiante: ¿son bloques faraónicamente grandes o residencias diminutas?. Ese escenario tornadizo al que va encaminada la joven pareja parece a su vez que les exija cambios como los que sufre Alicia en el País de la Maravilla quien tras haberse matriculado en una carrera que ponía “fórmate” (grande), haber firmado un contrato que decía “esclavízate” (más pequeña) y haber introducido una papeleta que decía “vótame” (diminuta) hubiera alcanzado el tamaño justo que les permitiera cruzar la puerta de esos pisos realizados en primeras calidades.









Esas ciudades que dan la sensación que están por estrenar, esperando de una forma muda pero constante la venida sus habitantes como un pueblo supersticioso y paciente espera la llegada sus dioses puede que tengan sus perspectivas físicas confusas, pero desde luego tienen claras sus perspectivas morales.  Junto al alcalde Pedro Rollán, cuyo epíteto, recordemos era el de “aquel que habita en todas las cosas" se alza la figura fastuosa de Guti que a pesar de ser de Torrejón por su magnificencia no cabría en uno de esas diminutas maquetas y por eso habita entre los galácticos viajando en coches deportivos de vivos colores acompañado por una eterna sucesión de modelos. Guti no sólo es el héroe local sino el único que merece ser individualizado en un mundo donde se deteriora la vida cívica y que está repleto de personas sin rostro, personas silenciosas y mudas, que van del trabajo a casa y de casa al trabajo. Personas que piensan que en tiempos difíciles como éstos, lo que hay que hacer es arrimar el hombro y que se creen a medias los mensajes catastróficos sobre la crisis, “¿cómo va a estar todo tan mal si nos acaban de hacer un parque Europa?”. Además que con esfuerzo individual todo se consigue, sino mira al Guti. Esos comerciantes, vecinos, votantes, parroquianos, amas de casa, vocales, pequeños comerciantes y presidentas de escalera que se convierten en sombras silenciosas sin rostro y que están viviendo el fin del capitalismo tal y como el poeta expresionista Jakob van Hoddis (judío y enfermo mental en la Alemania nazi) retrató el fin del mundo:

Fin del mundo

Al burgués se le cae el sombrero de la cabeza puntiaguda.

Los aires resuenan como una gritería
Los albañiles se caen y se parten en dos
Y en las costas –se lee– sube la marea.

Ha llegado la tormenta, los mares salvajes saltan

A la tierra para destrozar gruesos diques.
Mucha gente tiene catarro
Los trenes se caen de los puentes.


Mayoría...
...absoluta.



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